El trabajo del poeta se desarrolla en los dominios de
un dios paciente: esfuerzo y constancia, búsqueda y experimentación... voluntad
largamente moldeada que se traduce en la palabra exacta, el ritmo preciso y la
imagen poderosa. Pero nada sería de esta obra sin el fuego y la intuición del
poeta: de otro modo estaríamos hablando de filosofía o de otra disciplina. El
arte del pintor no sigue caminos distintos: la obra nace en la mente del
artista, llega a sus manos y es obligada a crecer a fuerza de ímpetu y rigor,
para alcanzar a su público (concebido y amado incluso desde antes de realizar
la obra, como apunta Pavese), y cobra existencia como un lenguaje en llamas que
ya no pertenece sólo al artista.
Mario del Valle conjuga en su obra
las esencias del pintor y del poeta: está habitada por imágenes a veces brillantes,
a veces tenebrosas; imágenes que se alejan o se acercan; su técnica transgrede la
preceptiva clásica, pero sólo después de asimilarla y trascenderla; pero
siempre, y esto es lo más importante, el poeta hace al lector-vidente partícipe
de su punto de vista, como ante un cuadro. Esto parecería el resultado lógico y
hasta modesto de la creación artística, pero ante las tendencias actuales, ante
las muchedumbres de autores que sólo están enamorados de sus propias voces, la
poesía de Mario del Valle es exigente pero comprensible; es actual pero no “de
moda”; es apasionada en la medida en que es poesía, pero no frívola ni
panfletaria. Su más reciente poemario, Los
oscuros mapas del amor, da testimonio de ello.
En el poema “Vanidad”, el escritor
aborda su autoconciencia como ser humano y poeta:
Estuve a punto de romper estas
palabras
escritas con lápiz sobre una vieja
hoja de papel.
Después, cuando las volví a leer,
en el silencio donde la gente pobre se
junta,
en los andenes de trenes olvidados
por el rumbo de Buenavista,
vi su pobreza y quise olvidarlas.
Pero ciego de vanidad las guardé
conmigo.
En la mejor herencia de los trovadores provenzales,
también canta a la amada, como en este fragmento de “Música secreta”:
Suena a lo lejos una música secreta:
es como la lluvia, es una esponja con
lluvia,
es música de cuerdas,
y yo miro por la cerradura del mundo,
las hermosas extravagancias
que hacemos para encontrarnos.
Al poeta le acosan las mismas preguntas que al resto de
los humanos, pero saca luz de donde aparentemente no la hay, como leemos en
este fragmento de “Dueto”:
Un templo de palomas me cierra el
paso.
Repentinos pájaros me dicen adiós y
lúgubres
casas abandonadas me abrazan como al
amante
recién llegado. A hurtadillas bebo el
agua del río
que pasa y no sé nada. Y un minuto de
aire
me persigue con pies delincuentes y me
dice:
la suerte está echada.
“En contra” nos comparte una inconformidad cada vez
más actual:
Detesto las civilizaciones avanzadas:
son una máscara de hierro: una farsa.
no me gustan sus formas ni su muerte
ni su lujo.
Pero amor mío, tengo furia y solamente
tú me absuelves.
Estas palabras son un poema, un poema
de odio.
La muerte es la misma para todos,
pero la prefiero sin el ácido del
rencor
o el placer vicioso del fusil.
En “Tres poetas surrealistas”, Mario del Valle nos
recuerda lo dudoso de la superioridad humana, aunque sin poses de antiespecismo
ni otras patrañas posmodernas:
Y de pronto Alex me miraba: ¿yo era el
gorila?
Y yo miraba a Alex: Alex era el
gorila?
Estábamos enjaulados por unos bribones
y yo lloraba desconsoladoramente
y Alex me consolaba como a un gorila
enjaulado.
La escena semejaba la de un par de
malhechores,
de borrachos dementes corriendo por el
mundo.
Pero al gorila lo llevábamos en el
alma.
Estamos ante un escritor de largo oficio, que no se
deja seducir por el éxito fácil de la pirotecnia (la puntuación extravagante,
la onomatopeya “divertida”, la pose insostenible ni, mucho menos, la “irreverencia”
gratuita del novato...). Con un respeto (hoy día extraño) hacia la inteligencia
de su público, una amplia cultura, una lúcida sensibilidad y el ritmo del verdadero
artista, el autor de Los oscuros mapas del amor nos muestra que estaos lejos de
agotar los caminos de la poesía.
Mario del Valle es poeta, pintor y
editor. Entre su obra literaria destacan Línea
rota (Instituto de Cultura Hispánica, 1973), Río de la memoria (El Rehilete, 1982), Trazos de la serpiente (Joaquín Mortiz, 1992) y Luz de plomo (Gráfica Uno, 1996).
Ha editado obras de escritores tan
importantes como Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Cesare Pavese, Charles
Baudelaire, Jaime Sabines, Carlos Pellicer, Álvaro Mutis, Roberto Carifi, Ignacio
Orendain, Efraín Huerta, Enrique González Rojo, Otto-Raúl González, Carlos
Illescas y Elvia de Angelis.
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