martes, 11 de mayo de 2010
El rígido pulgar
Una de las características físicas que distinguen a las nuevas generaciones es la flexibilidad del pulgar, adquirida a fuerza de enviar mensajes por celular. Por encima de la característica en sí del pulgar flexible (ni buena ni mala), destaca el hecho de destruir el idioma, que, si bien ni creo que sea el más bello, ni creo que sea una “bendición” traída por los españoles, ni creo que nos haya dado “historia” y “civilización”; simplemente es el idioma que vivo y trabajo todos los días.
El Pulgar Flexible apachurra el idioma de Cervantes (y de Torquemada y del Mochaorejas, téngase muy presente), el idioma de León Felipe (y de Vicente Fucks y de Salvador Borrego), el idioma de Alí Chumacero, de Gabriel Vargas y de Borges (y de Luis de Alba, y de Carlos Roger, y hasta casi el idioma del cretinazo apodado Pitbull).
El pulgar y su primo el mensajero cortan palabras, las cambian por signos matemáticos, sustituyen las ces y qus por kas, y sobre todo, reducen la posibilidad de verdadera comunicación a un intercambio de fórmulas mínimas; la posibilidad de conversación se vuelve, como dice la canción de Serrat, “desechable y provisional”, al grado de que fácilmente es sustituida por emoticones. Tan triste como reducir el humor a los 16 gags básicos.
Corren tiempos oscuros de avenidas sulfuradas y pozos de cloro, tiempos donde se está listo muy pronto para la sexualidad pero no para la paternidad; tiempos donde el oficio es menospreciado y se cree que un hombre puede ser administrador de lo que sea: desde una tortillería hasta una editorial.
Pero cierta especie se resiste a desaparecer: los que aún confiamos en nuestros cerebros y ojos más que en las herramientas de corrección de un procesador de textos.
¡Adelante, compañeros!
¡Edición o muerte!
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