lunes, 15 de abril de 2013

El colegio que soñé

 

¿Para qué me alcanzará la vida? Con frecuencia me formulo esa pregunta. Son demasiados mis intereses, al menos para mis horas disponibles de vigilia. ¿Por qué hay que dormir forzosamente? ¿Por qué demonios no me enseñaron latín desde la primaria? Y no es que admire a los antiguos gobernantes romanos, esos codiciosos de cuyas intrigas palaciegas, deshonor y afición a la mentira y el pillaje nos dan cuenta autores como los mismísimos Tácito y Tito Livio: es que el conocimiento de su idioma me sería de suma utilidad para conocer más el español, pero sobre todo, para entender la Liturgia Romana. ¡Y qué disfrutable ha de ser leer a Plauto en su propio idioma! ¿Qué decir la lengua griega? Aunque España no se benefició directamente de la Grecia clásica, lo hizo a través de Roma. ¿Cómo será leer en griego la Iliada, ese extenso catálogo de modos de matar y morir, esa grandiosa apología de la violencia? Tampoco puedo leer en griego a los Padres de la Iglesia; tendré que conformarme con la selección de textos en español de José Vives. Resulta que los bizantinos son imprescindibles para entender nuestra herencia cultural. ¿Y qué tal leer en griego moderno a Odysseas Elytis? A estas ausencias que duelen se suma la hermosa geometría de las letras griegas y latinas (pero latinas de veras, bien hechas, no mis garabatos que espero poder enderezar).
Tampoco es que esté obsesionado con esas culturas a las que llamamos clásicas. Comprenderlas me ayudaría a entender el prejuicio hispanista, que tanto daño ha hecho en nuestros países. En este sentido, gracias a Dios, he terminado de leer al menos una vez (con todo y mi torpeza y mi ignorancia), la Biblia, ese texto sagrado del que todo mundo habla, pocos han leído y muchísimos menos entienden (ni modo, en Español también).
Con esto voy llegando a lo que realmente me interesa: quiero construirme una base para saber qué tanto de lo que conocemos de Anáhuak es prejuicio, qué tanto hay que creer a los cronistas de Indias, a los historiadores y a los arqueólogos académicos. Y es que muchos de los que se proclaman defensores de las culturas originarias, por mera ignorancia, terminan dando al traste con su defensa y engrosando la ilusión suprematista de Occidente.
Entonces, a la par de la lectura de los clásicos griegos y latinos, y los Padres de la Iglesia (ya le llegará su turno a los evangelios apócrifos, una nueva lectura del sagrado Corán, la literatura medieval española y la portuguesa), no me queda más remedio que ir aprendiendo rudimentos del latín y el griego, los glifos mayas, el náhuatl de Cholula, el alfabeto filipino del padre López (los motivos de elección de este último quedarán claros conforme se desarrolle esta bitácora).
Pero resulta que también quiero entender y escribir en italiano, en catalán, en portugués, y ya entrados en gastos, en mixteco, en mazateco, en aymara, en kikongo, en fang, en rapanui, en geez, en tsalagi... proyectos imposibles. Asumo terminar derrotado cada noche y volver a esforzarme a la mañana siguiente.
Ojalá pudiera (después del propedéutico autoimpuesto) ingresar al Nuevo Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco-Manila-Banapá. Pero además de que éste no existe hay otro pequeño detalle: aprender tan sólo un nuevo idioma a los 37 no es empresa fácil. ¿Para qué me alcanzará la vida?

7 comentarios:

  1. Mi querido Broderso

    Si a todo esto agregas la necesidad de estudiar hebreo y arameo, tan ligados a los ámbitos que estudias; cosmogonía de todas estas culturas fuente (agrégale India y China, necesariamente); numerología, Tao (que, estoy desarrollando ensayísticamente, está ligado al discurso heracliteano y a la visión de los pueblos Lakota), menos tiempo sentirás que tienes.
    Pero, según yo, lo importante es mantener el ritmo, cotidiano y sin premura, avanzando hasta donde buenamente se habrá de avanzar. No tratar de andar lo incaminable, terminar lo infinito, sino saborear cada atisbo y el flechazo de las nuevas lucesitas que de pronto se prenden dentro de la cabeza y llenan de vida. Al menos eso me digo, yo, que estoy igual que tú. Imagínate, a estas alturas estoy estudiando solfeo...

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    1. ¡Hola, Liliana!
      Un gran gusto leerte. Claro, para empezar, sánscrito y chino madarín. ¿Has leído a René Guénon? Más que recomendado, desde su primer libro "estudio general sobre las doctrinas hindúes". ¡Aguas con el estudio de los lakota!, a menos que te mudes y aprendas directamente de los maestros, pues hay, de un lado, mucha distorsión occidental; del otro, mucho charlatán... Pero ¿qué te advierto a ti, que sabes sortear ese tipo de inconvenientes? Espero leerte por aquí seguido.
      Un abrazo.

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  2. Mil gracias por la recomendación bibliográfica, lo buscaré. Y bueno, de las distorsiones y charlatanerías indundado está el mundo... Sospecho que hay más de eso que de reflejos de la verdad, sea acerca de la cultura que sea.
    Pasaré por aquí con la mayor frecuencia posible, es nutririvo leerte y conversar contigo.
    Un abrazo

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  3. Dormir es también vivir.
    Despertar y creer ser el mismo es una trampa de la la memoria, nuestra fiel enemiga.
    Vivir es también dormir.

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  4. Gracias, gREM, por leerme y comentar.

    Cabría agregar que sólo durante la beatitud del sueño profundo salimos de esta ilusión y volvemos a la Verdad. Espero leerte seguido en esta bitácora.

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  5. Muy a la Sor Juan Inés de la Cruz, que con su sueño intentó abarcar todo el conocimiento, todo quieres mi Val, y lo mereces porque lo deseas, pero es un reto enorme, me parece también interesante el considerar que el sueño es una forma de conocimiento o de aproximarse a èl.

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  6. ¡Hola, Reyna!

    Mil gracias por tu comentario. Espero leerte de nuevo pronto. Aquello del sueño profundo no es invento mío. Es parte de las doctrinas hindúes y lo leí por vía de René Guénon, si no me equivoco, en su libro "Los estados múltiples del ser".

    Te envío un gran abrazo.

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