Pueblo Wayú. Fuente
de imagen: http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Pueblo_Wayuu.JPG
Antes
que comenzar a comentar la Biblia, a Apolodoro y a Hesíodo, quiero hablar de
una obra que todos debiéramos conocer: el Atlas
sociolingüístico de pueblos indígenas en América Latina, publicado en dos
tomos por el Unicef, el Ministerio de Asuntos Exteriores-Agencia Española de Cooperación
Internacional para el Desarrollo, y FUNPROIEB Andes.
Este
documento se encuentra en línea y es posible bajarlo en formato PDF de manera
gratuita; es una lástima que no reciba mayor promoción, de modo que deseo
contribuir con mi grano de arena en este sentido; fue publicado en 2009, de
modo que, desgraciadamente, es muy probable que muchas de las lenguas indígenas
registradas ahí ya no existan.
El Tomo 1 comienza por explicar la organización de la investigación por áreas
geoculturales, y los problemas metodológicos debidos, entre otras cosas, a la secular
política de invisibilización, la división arbitraria de los países realizada
por los gobiernos criollos y mestizos, así como las políticas públicas de cada
país. Las áreas geoculturales propuestas son las siguientes, de sur a norte (ya
que no hay una razón para comenzar de norte a sur, como no sea el eurocentrismo
tradicionalista):
·
Patagonia
e Isla de Pascua (incluye el único grupo sociolingüístico de Anáhuak que
pertenece a la cultura polinesia: Rapa Nui)
·
Chaco
ampliado
·
Amazonía
(el área más extensa)
·
Orinoquía
(hasta esta área estudia el primer tomo)
·
Andes
·
Llanura
Costera del Pacífico
·
Caribe
Continental
·
Baja
Centroamérica
·
Mesoamérica
·
Oasisamérica
·
Brasil
no amazónico (Sudeste de Brasil, Sur de Brasil, Centro-Oeste de Brasil, Noreste
de Brasil)
·
Chaco
Bolviano.
¿Por
qué este estudio sólo abarca América Latina y deja fuera los grupos de lo que
hoy son Estados Unidos y Canadá, si se trata de una, digamos, macroárea cultural?
Lo ignoro, pero independientemente de los motivos de esta exclusión y de los
intereses internacionales que pueda haber (finalmente la Unicef es una parte de
la ONU, cuyo papel político no es ningún secreto), es enriquecedor estudiar
toda documentación generada acerca de los pueblos originarios.
Entre
los problemas metodológicos se haya qué criterios habría que tomar en cuenta para
considerar indígena una persona, como se explica detalladamente de las páginas
9 a 13. Otras dificultades son, por ejemplo, la variedad de nombres para un
mismo grupo cultural que ha sido dividido por fronteras artificiales, así como
las distintas escrituras usadas para una misma lengua (pp.
15-17).
A
continuación se aborda la visión de
los invasores, quienes privilegiaron de varias maneras a los pueblos que más se
parecían a su idea de “civilización” (pp. 23-31). Las visiones republicanas también
cobraron su cuota a los pueblos indígenas, al tratar de uniformarlos según su
propia idea de progreso (31-34). Posteriormente se analiza las perspectivas
indígenas (pp. 35-46), la historia de su participación política (47-60),
pueblos y población indígena (pp. 60-73), situaciones etnolingüísticas y multilingüismos
(pp. 74-75), transnacionalidades (p. 76), desplazamientos (p. 77), riqueza y
complejidad (p. 80-83) y, finalmente, criterios para analizar la diversidad sociolingüística
indolatinoamericana (84-95).
Sería
absurdo pretender agotar siquiera el primer tomo (512 pp.) de esta titánica labor en una simple
entrada de blog. En comentarios posteriores abordaré los temas que me parecen
más relevantes, pero la invitación es a leer el documento y así derrumbar los
prejuicios que ciegan a las mayorías.
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